Never miss a beat (Kaiser Chiefs)

Escuché este tema hace ya algunos años en Radio 3 y me encantó. Fue una mañana antes de ir a dar clases. Posteriormente, cuando llegué a casa, busqué en internet lo que más o menos me parecía el título y descubrí este magnífico grupo que, a partir de entonces, he seguido con asiduidad. Esperemos que vengan a España y pueda ver algún concierto suyo. En 2014 editaron su quinto disco de estudio: «Education, Education, Education & War», el cual posee un título de lo más sugerente.

En cualquier caso, aquí está el tema al que hago referencia en el título de la entrada:

La letra de la canción:

What did you learn today?
I learnt nothing
What did you do today?
I did nothing
What did you learn at school?
I didn’t go
Why didn’t you go to school?
I don’t know

It’s cool to know nothing
It’s cool to know nothing

Televisions on the blink
There’s nothing on it
I really want a really big coat
With words on it
What do you want for tea?
I want crisps
Why don’t you join the team?
I just did

Take a look, take a look, take a look.
Take a look at the kids on the street
No they never miss a beat
No they never miss a beat
Never miss a beat
Never miss a
Never miss a beat
Never miss a beat

Here comes the referee
With lights flashing
Best bit of the day
Now that’s living
Why don’t you run away?
Are you kidding?
What is the golden rule?
Say nothing

 

Dedicada a tod@s mis alumn@s del pasado, de ahora y del futuro.

Matar a un profesor

iessecundaria

Matar a un profesor es fácil, siempre vamos desarmados y no resulta difícil acercarse hasta nosotros. Nuestra única defensa frente a cualquier agresión es la palabra, la búsqueda de un argumento que desmonte al atacante, llamar a la reflexión, la cordura, la decencia, la sensatez, la razón.

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La siesta educativa de los padres

Ha llegado a la pantalla de mi ordenador el siguiente artículo del periodista Carles Capdevila:

Educar debe de ser una cosa parecida a espabilar a los niños y frenar a los adolescentes. Justo lo contrario de lo que hacemos: no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y chupete hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora de volver a casa. Lo hemos llamado sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de pan, justo cuando un amigo ya se ha pasado a la coca.

Sorprende que haya tanta literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y el primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los libros de socorro para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga. Los niños de entre dos y doce años no tienen quien les escriba. Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren), desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de diez o doce años . Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allá los esperan los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona los adolescentes nadie los podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera. Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es bastante más que un problema. Pido perdón tres veces: por colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es -lo siento mucho- hablar bien de ellos. Sé que mi doble condición de padre y periodista, tan radical que sus siglas son PP, me invita a criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas importantes, como la ley de educación (es lo mínimo que se le pide a un periodista esta semana). Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea ‘fracaso’ y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el concepto ‘problema’, y que ‘maestro’ suela compartir titular con ‘huelga’. La escuela hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es la única solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso. Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos? Por esto me duele que se hable mal por sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran por hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las tres palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan en una playa de Hawai están encerrados en alguna escuela de verano, haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más adecuados. Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad. ¿Os imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?

Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él.

Gracias por el apoyo.

Cincuenta y cinco minutos

iessecundaria

Cincuenta y cinco minutos es el tiempo que dura una clase; un tiempo tan corto a veces y, a veces, interminable.  Cincuenta y cinco minutos que el profesor emplea en remover conciencias, gestionar emociones, despertar sentimientos, tutelar intereses, renovar ilusiones, resolver conflictos, aclarar viejas dudas, plantear nuevos retos, celebrar éxitos, administrar fracasos, conocerse a sí mismo, entender a los otros, morir de frustración, disfrutar como nadie y enseñar un temario.

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El profesor

El profesor (Detachment)Hace unas semanas ví esta película de 2011. Me pareció quizá demasiado deprimente e irreal, aunque claro, yo trabajo como profesor sustituto en Extremadura y el film es estadounidense… Lo que sí me transmitió la película fue una visión general de la educación y la forma de vida norteamericanas, y también algo respecto a las sensaciones que se van sintiendo y adquiriendo a lo largo de esta labor docente, que tiene tantos sinsabores como profundas alegrías. Recomiendo verla, se pertenezca o no al gremio de los profesores. Para éstos, habrá momentos en los cuales se podría decir «yo he vivido algo parecido». Para los no profesores, creo que, bien filtrados algunos momentos demasiado oscuros, da una idea de los malos momentos que pueden sufrirse dentro de una profesión tan importante, mágica y reconfortante.