En una biblioteca en desuso de un CPR cualquiera me encontré con este pequeño pero intenso libro. Escrito para adolescentes yo, con cuatro décadas a las espaldas, no pude soportar el deseo de leerlo.
La historia que me encontré, además de sorprendente, me resultó inquietante, me recordó mi infancia, tiempo aquel cuando todavía se palpaba la tensión de la guerra fría y la posibilidad de una guerra nuclear devastadora.
La introducción se compone de un poema escrito por Jörg Zink, que paso a transcribir:
AL PRINCIPIO DIOS CREÓ EL CIELO Y LA TIERRA
«Después de millones de años
el hombre fue, por fin, suficientemente inteligente,
Dijo: ¿Quién habla aquí de Dios?
Yo mismo tomo mi futuro en mis manos.
Y lo tomó,
y comenzaron los últimos siete días en la tierra.
En la mañana del primer día,
el hombre decidió
ser libre y bueno, bello y feliz.
No ya a semejanza de un dios,
sino de sí mismo.
Y porque tenía que creer en algo,
creyó en la libertad y en la felicidad,
en la bolsa y en el progreso,
en la planificación y en la seguridad.
Y para sentirse seguro,
llenó el suelo bajo sus pies
con raquetas y cabezas nucleares.
En el segundo día del último tiempo, murieron los peces en las aguas
de las zonas industriales,
los pájaros en el polvo de la fábrica química,
que iba destinado a las orugas,
la liebre en las nubes de plomo de las calles,
los perros falderos en el bello color
rojo de la salchicha,
el arenque en el aceite del mar
y en los residuos del fondo del océano.
Pues los residuos eran activos.
En el tercer día,
se secó la hierba en los campos
y las hojas en los árboles,
el musgo en las rocas
y las flores en los jardines.
Pues el hombre hacía el tiempo
y distribuía la lluvia según un plan preciso.
Hubo sólo un pequeño error
en el ordenador que distribuía la lluvia.
Cuando descubrieron el error,
las barcazas estaban sobre el fondo seco
del bello Rhin.
En el cuarto día,
de cuatro mil millones de personas
tres mil millones dejaron de existir.
Los unos, por las enfermedades
que el hombre había cultivado,
pues alguien se olvidó de cerrar los recipientes
que estaban preparados para la próxima guerra.
Y sus medicamentos no sirvieron de nada.
Hacía ya demasiado tiempo que habían sido ingeridos
con las cremas para la piel y con los alimentos.
Los otros murieron de hambre,
porque alguien había
escondido las llaves de los graneros.
Y maldecían a Dios,
que les debía la felicidad.
Pues, ciertamente, ¡Él era el buen Dios!
En el quinto día,
los últimos hombres apretaron el botón rojo,
pues se sentían amenazados.
El fuego envolvió el globo terrestre,
las montañas ardieron y los mares se evaporaron
y los esqueletos de cemento en las ciudades
estaban negros y echaban humo.
Y los ángeles en el cielo vieron
cómo el planeta azul se volvió rojo,
después marrón sucio y, finalmente, gris ceniza.
E interrumpieron su cántico
durante diez minutos.
En el sexto día,
se fue la luz.
Polvo y ceniza cubrieron el sol,
la luna y las estrellas.
Y las últimas cucarachas,
que habían sobrevivido en un bunker de raquetas,
perecieron con el desmesurado calor,
que no les sentó bien.
En el séptimo día,
hubo calma.
Por fin.
La tierra estaba desierta y vacía,
la oscuridad invadía las grietas y
las hendiduras que habían reventado
en la corteza terrestre.
Y el espíritu del hombre irradiaba
sobre el caos cual fantasma de la muerte.
Muy abajo,
en el infierno, sin embargo,
se contaban la emocionante historia
del hombre que tomó en su mano su destino,
y las carcajadas retumbaban
hasta el coro de los ángeles.»
Una lectura muy recomendable que, en cualquier de los casos, nos ha de recordar los claros peligros de las armas nucleares, las cuales debieran desaparecer completamente de la faz de la Tierra.

Gudrun Pausewang
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