Cincuenta y cinco minutos es el tiempo que dura una clase; un tiempo tan corto a veces y, a veces, interminable. Cincuenta y cinco minutos que el profesor emplea en remover conciencias, gestionar emociones, despertar sentimientos, tutelar intereses, renovar ilusiones, resolver conflictos, aclarar viejas dudas, plantear nuevos retos, celebrar éxitos, administrar fracasos, conocerse a sí mismo, entender a los otros, morir de frustración, disfrutar como nadie y enseñar un temario.
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